lunes, 21 de febrero de 2011

MIS PRIMEROS RECUERDOS DE LA LABORAL DE SEVILLA

Los primeros recuerdos de la Universidad Laboral de Sevilla que siempre he tenido en la mente (otros muchos que me están volviendo ahora, estaban archivados tan hondo, que casi no tenía ya constancia de ellos), hacen referencia a los primeros momentos que pasé (bueno, mejor, que pasamos mi paisano y amigo Alipio y yo) en aquellas  espectaculares instalaciones.
En mi pueblo lo más moderno que existía entonces relacionado con los niños, la juventud y el deporte, eran dos porterías que el ayuntamiento hacía años que había, literalmente, clavado en el ejido patero de la localidad, en un terreno apenas nivelado. Lo más parecido a un tobogán eran los laterales de los tragantes de la cuneta de la carretera y los columpios más sofisticados se hacían colgando una soga de la rama de una potente encina. Por eso digo lo de “espectaculares instalaciones”: campos de fútbol, balonmano, voleibol, rugby, baloncesto, pabellones cubiertos, un estadio, mesas de pin pong…

Salimos del pueblo de madrugada, en previsión de que el largo camino y la temible “Cuesta de la Media Fanega”, no nos impidieran estar en Sevilla con la debida puntualidad.
Fuimos en el taxi de Manuel (Q.E.D.), un flamante Peugeot 504, blanco, en el que, además del conductor y nosotros dos, nos acompañaban Eloisa, la madre de Alipio y Rafael, mi padre (Q.E.D.). A mí, además de los kilómetros recorridos, el mareo hizo que el viaje se me hiciese interminable. Pero, tal como habíamos previsto (bueno, más bien nuestros mayores y el taxista), al despuntar el alba nos encontrábamos en Sevilla.
Algo más accidentada fue la búsqueda de las instalaciones de la Laboral, pues no sabíamos donde se encontraba. No obstante, a una hora prudencial estábamos entrando pos la puerta del recinto y encarando la larga avenida que daba (y sigue dando) acceso a la plaza de la torre del agua.

A partir de ese instante, tres son los recuerdos, nítidos recuerdos de ese primer día.
En primer lugar, la tremenda cola que había en la puerta del colegio “San Fernando”, para cumplir con los trámites de admisión y en la que mi padre y Eloísa aguantaron estoicamente hasta la llegada de su turno les permitió avanzar en nuestro ingreso allí.
El segundo recuerdo se refiere a lo bien que nos vino la espera que ellos hacían en la cola, para escabullirnos y fumar unos cigarros, de los que no habíamos podido disfrutar desde el día anterior. Mientras los fumábamos, sonreíamos sorprendidos por la forma de hablar de muchos de los compañeros y de los familiares que por allí deambulaban, al emplear el ceceo y el seseo tan característicos de aquellas maravillosas tierras andaluzas, pero que ninguno de nosotros habíamos oído en la vida.
El tercero se centra en una cuestión de orden, que, a la postre, vino a convertirse en nuestra primera reprimenda, cariñosa, eso sí, por parte del que llegaría a ser por nosotros tan querido, Antonio Fleitas Santana, director del colegio.
Cuando, tras los trámites, llegamos a nuestra habitación, cuatro de las seis camas ya estaban ocupadas. Juan Francisco Dorado Picón, Francisco Capdevila Moreno, “El Chuli” y Carlos Romero Hidalgo, los tres primeros de El Coronil (Sevilla) y el cuarto de Valverde del Camino(Huelva), habían llegado antes, por estar sus pueblos más cercanos a Sevilla. Sin embargo los armarios no se correspondían (desde nuestro punto de vista) con las camas que tenían ocupadas. Así es que, para que no hubiera conflicto, Manuel, el taxista de mi pueblo, recomendó que encima de cada cama y de cada armario, escribiéramos un número, para que algo así no volviera a ocurrir. A todos nos pareció buena idea, así es que así lo hicimos.
Cuando, una vez acomodados todos nosotros, el director pasó a saludarnos, habitación por habitación, para darnos la bienvenida, se fijó en los números pintados en la recién pintada pared y preguntó que de quién había sido la idea. Yo le respondí que se le había ocurrido al taxista de mi pueblo (ya habían emprendido el camino de regreso). Fleitas, sin poder reprimir la sonrisa, que aún recuerdo, nos dijo a Alipio y a mí, que como el taxista ya no estaba para borrar los números, debíamos hacerlo entre los dos. Así es que nos pusimos manos a la obra, raspando con mucho cuidado los números, de forma que se borraran y no quedara marca en la pared.
Ya no recuerdo más de ese día. Seguro que cenamos y dormimos, cosa que no habíamos hecho la noche anterior, aunque alguna lágrima surcara nuestras mejillas (como también la de nuestros padres, que iban camino de Serradilla).

6 comentarios:

  1. Recuerdos totalmente cristalinos y absolutamente ajustados a la realidad, amigo Jesús. Esa fue la única vez que tu padre y mi madre pisaron aquellos territorios.

    ResponderEliminar
  2. El edificio blanco que se halla a la izquierda de la torre del agua, según la vemos en la fotografía, era el cine

    ResponderEliminar
  3. Todavía recuerdo, que mi padre y yo vinimos un dìa antes a Sevilla,
    puesto que las combinaciones de transportes, hacían que no llegara el
    día y hora señalado. Nos quedamos a dormir en una pensión que estaba
    ubicada en el barrio de Santa Cruz. Al día siguiente por la mañana,
    con tiempo, nos dirigimos a la laboral. Como tu bien dices, amigo
    Jesús, la impresión era latente a cada paso que dábamos conociendo
    cada instalación de la Laboral. Aún tengo grabada la imagen de mi
    padre cuando se marchó, por la plaza de la papelería. Cuando ya no lo
    pude ver, me bajé para el San Fernando y comencé a conocer
    primeramente a mis compañeros de habitación, luego con el transcurrir
    de los días a todos los demás. A unos por una causa y a otros por
    otra. Una de las cosas que más me ha llamado la atención, es que creo
    que todos nos conocíamos y que no tuvimos nunca ningún enfrentamiento,
    todos nos llevábamos con todos, con algunos compañeros más que con
    otros por diversas razones, pero nos apreciamos entre todos. Con el
    paso de los días, iba conociendo todas las instalaciones, los campos
    de fútbol, de rugbi, de fútbol-sala, de balonmano, de voleybol, etc.,
    la verdad es que era impresionante y más impresionante era la piscina
    olímpica. Nosotros que en nuestros pueblos jugábamos en campos de
    fútbol reducidos o en los patios del colegio, aquello era algo
    parecido al paraíso y sobre todo para personas como yo que amaba y amo
    jugar al fútbol. Y la sala de cine, si era verdaderamente fuera de lo
    normal. En definitiva, era bastante novedoso, bonita, acogedora, etc.
    para todos nosotros. seguiremos recordando.

    ResponderEliminar
  4. Yo vine trasladado de la laboral de Orense con 15 años y entre en 2º de Bup. esta era chiquetita unos 400 internos. cuando llegué a la de Sevilla lo mas flipante fué ver ese pasillo tan inmenso, tan largo, tantos colegios. Me acojonó un poco pensar la cantidad de gente que había alli. Despues recurso muchas cosas:
    La comida tan mala, las candelas que haciamos en las papeleras para poder asar los chorizos que nos mandaban nuestras madres, el hambre, cuando asaltamos la cocina. en fin ...

    ResponderEliminar
  5. Carlos Romero Hidalgo (1ºC), Ramón Picón Rolán y Francisco Romero Delcán (1ºC) ("delperro" me puso aquel profesor de ciencias naturales en 1º de BUP y me acompañó durante los cuatro cursos, creo se llamaba Guillermo pero no me acuerdo bien)llegamos desde La Zarza (Huelva) y nos dieron las tres últimas habitaciones del la tercera planta del San Fernando. Ramón en la última, Carlos en la penúltima y yo en la anterior en la que estaban además Juan Manuel Valero, Paulino y su paisano Julián (no me acuerdo bien de sus nombres), Julián Piris Mogollón (solo estuvo en 1º), Fernando de las Cabezas de San Juan y yo.

    ResponderEliminar
  6. Manuel fernandez Murillo. 1D22 de mayo de 2011, 0:40

    El profesor si se llamaba Guillermo.

    ResponderEliminar

COMENTA LA ENTRADA