El día 22
algún compañero me conminó a que, ya que yo había escrito un par de cosillas en
el blog, si tendría la osadía de plasmar por escrito una pequeña parte de lo
que sentimos y percibimos ese día; entonces yo, que cuando no tengo nadie alrededor soy
algo atrevido, a ello me comprometí. Es así que, un día después, rebusco en mi
cerebro y, como éste aún se encuentra aturdido, me adentro en mis entrañas a
ver qué encuentro.
Cuando en el verano de 1.983 recibí una carta en la que se me comunicaba, a mí y a
todos mis compañeros de Herrera del Duque, que éramos trasladados de la
universidad laboral de Sevilla a la de Córdoba no fui consciente de la enorme
brecha que con el tiempo se abriría en mi espíritu. Los años fueron pasando y
nos sumieron en una vorágine de estudios, juergas, amores, trabajo, mujer e hij@s
(lo mejor que logré en mi vida)…. Pero el paso del tiempo nos va haciendo cada
vez más conscientes de nuestra futilidad, de la relatividad de todo; es entonces
cuando la reflexión, e incluso la conciencia, la buena y la mala, nos llevan a
hablar menos de fútbol con los amigos y más del pasado, de cómo nos formamos,
de quiénes somos y de quiénes fuimos…, entonces
muchas veces en las conversaciones surgían los años que pasamos en la Laboral
de Sevilla y, a pesar de los buenos recuerdos, sentía que había algo que me
punzaba en lo más profundo de mi ser.
Desde
que llegamos en aquel autobús desvencijado desde mi pueblo a Sevilla, solos
ante el peligro, nos hicimos con una coraza para no demostrar nuestra
debilidad, ignorancia, miedos… hubo de pasar bastante tiempo hasta que un
partido de fútbol, una sala de estudio, un paseo o una juerga nos fueron permitiendo poco a poco a conocer a
otra gente y a mostrar algún retazo de nuestras debilidades, a hacer nuevos
amigos, a conocer otros chicos con tanto o más miedo que
nosotros.
Ese
periodo de aprendizaje vital se truncó inesperadamente cuando recibí aquella
carta, yo no lo supe percibir hasta que
muchos años después me llegó un mensaje en el que algunos intentaban reunir a
los antiguos compañeros de la Laboral; fue como un puñetazo en la boca del
estómago, o no, más bien, por qué no decirlo, como una patada en los huevos. Al
principio dolió, joder… ¿Cómo pudimos permitir que hayan pasado 30 años?,
después me di cuenta que era la oportunidad para saldar viejas cuentas, de
poder despedirme de esos amigos que aquella carta me impidió. Porque seamos
realistas, la reunión del 22 de octubre, además de ser uno de los mejores días
de nuestra vida, también significó en muchos casos la despedida definitiva de
muchos de nosotros.
El
día amaneció radiante, premonitorio, 230 kilómetros por delante y un “qué se
yo” o un “no sé qué” en el estómago. Llegué un poco tarde, el navegador no me
pillaba los satélites y la Sevilla que yo dejé en poco se parece a la de ahora;
tan sólo unos momentos para saludar a quienes aún estaban en la puerta del Aula
Magna y tomar asiento, como siempre en la última fila, igual que el primer día
que entré en aquella aula del San Fernando. Miradas fugaces, sentimientos,
emociones, recuerdos… el Acto comenzó y fue fabuloso, sencillo pero emotivo,
muy emotivo, se agradecen los recuerdos a quienes ya nunca podrán estar pues el
reencuentro les llegó tarde, y el respeto y el
silencio cómplice para quienes no pudieron o no supieron. En aquel
momento aquellos viejos compañeros que nos convocaron y que no había vuelto a
ver dejaron de ser los niños que recordaba y se convirtieron en héroes, porque heroica es la tarea que han
llevado a cabo con su esfuerzo y dedicación. Comenzaron las presentaciones, los
discursos simpáticos y llenos de recuerdos, también surgió una heroína cuyo
derrumbe emocional no hizo sino acrecentar su valor; y la enésima lección de nuestros profesores,
llena de sabiduría, sentimiento y
humildad. Luego ese video que condensó en unos minutos los tres años (cuatro
para otros) más impactantes de nuestra vida, cuando lo baje de Internet lo
pondré en el lugar más valioso de mi casa, junto a los CD,s de Dire Straits y
Jhettro Tull, y seguro que me servirá
para remontar el vuelo en los momentos duros que aún me deparará la vida. Luego
la vuelta por la Uni, las cabinas que ya no están, las habitaciones que tampoco…
pero el conjunto sigue allí,
imperturbable, soportando el paso de los años mejor que algunos de nosotros;
allí sentimos que nuestro espíritu aún pervive en sus paredes, junto a la monja
del botiquín, el camarero vacilón de la cafetería, la morena de la lavandería y
las misas de Fleitas.
Para rematar
las cañas y la comida, independientemente de que con seguridad algunos de
nuestros canapés debieron comérselos los de la boda de al lado, la organización
y la concepción del momento por nuestros compañeros de Sevilla fue perfecta,
todos de pie, formando grupos sin sillas que nos interrumpieran el tránsito y
la comunicación. Al principio todo eran dudas, miradas furtivas a las tarjetas
de identificación, luego pequeños gestos, andares, ademanes, algunos rasgos
faciales y por último los inconfundibles acentos, nos despertaron el recuerdo.
Las anécdotas surgían como de una lámpara maravillosa en la que no nos
cansábamos de frotar y frotar. No me retiré muy tarde, como a mis 45 años
empiezo a conocerme, no quise probar el vaso largo, decidí estar totalmente
sereno para captar con plenitud cada momento, cada conversación, cada detalle y
guardarlo dentro de mí, consciente de que cada palabra cruzada con un amigo
podría ser la última; me concentré en absorber los momentos en que aún seguíamos
siendo niños, en los que la inocencia perduraba, antes de que los efluvios de
la barra libre nos empujasen irremediablemente a pugnar por quién la tenía más
larga, cosas de la naturaleza humana. Me despedí de quien pude a eso de las
ocho, antes, en el largo tránsito desde el coche hasta el hotel me había
quitado la identificación del pecho no sea que me confundieran con algún guiri
despistado, en el regreso decidí volvérmela a poner, orgulloso de mis
compañeros y de mí mismo, de lo que fuimos y de lo que aquellos años nos han
llevado a ser. Perdonad que no diga nombres ni exprese agradecimientos o
afectos pues muchos se lo merecen pero sería muy injusto si, al mencionar a
algunos, olvidase a otros.
Ahora a todos
nos queda un duro reto, el de averiguar si el día 22 lo que hicimos fue cerrar
puertas definitivamente o si, sin embargo, las abrimos para el futuro. Queda la
esperanza de que nuestros héroes no cejen en el empeño, que después de un
merecido descanso retomen la causa con nuevos bríos porque, como el héroe del
comic decía: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Ellos tuvieron
el gran poder de convocarnos 30 años después, ahora, no sé si de forma injusta
o no, nosotros les invocamos la responsabilidad de no abandonar la empresa que comenzaron,
de demostrar que nuestra reunión no fue el final sino un
principio.
Juan Pedro Ramírez Vega
Hola Pedri,
ResponderEliminarHas hecho que me emocione al leer tu maravillosa crónica de lo que fue un día perfecto entre amigos eternos. Eso se llama sensibilidad, buen gusto, estilo y la mejor prosa.
Un abrazo,
J. Damián Liroa